Pedazo de texto escrito en el transporte público, rememorando los momentos tan maravillosos que disfruté leyendo a Juan Marsé.
Mi madre me regaló El Embrujo de Shangai, desde entonces esa casa la tengo grabada al igual que la belleza tuberculosa de aquélla que se dejaba apenas entrever por las ventanas.
La palabra xarnego la aprendí de él y me sentí muy ofendida ante la estupidez humana y su estúpida manera de descastar.
No sé que tenía lo que Juan escibía, y al teclear su nombre tomo consciencia de que él se llama como mi padre, pero así dicho, de corrido, nunca lo había tenido en cuenta... Digo que no sabría describir que fue lo que me hizo desear leerle de continuo, quizá ese deseo manifiesto en sus novelas, por lo marginal, lo carnal, lo prohibido, el doble filo, lo arriesgado, lo aburrido.
Los contrastes y diferencias en lo social y cultural en un país que en aquel momento estaba en la cola de todo.
Juan daba dignidad a la chusma y ponía en evidencia las carencias vitales de aquellos hijos acomodados del régimen.
Cuando yo era joven y lo leía, Juan Marsé ya tenía gran parte de su futuro resuelto, y ni siquiera yo sabía de Jaime Gil de Biedma o Goytisolo, porque éso, lo aprendí después yo sola leyendo poesía.
Al igual que descubrí la homosexualidad de Jaime mucho después de leerme sus libros, y la verdad, es un dato que tampoco aporta tanto a la hora de leer la poesía de alguien que siempre buscó el poema perfecto.
Pero yo venía aquí a hablar de novelas, de las de el hoy abuelo Juan Marsé, de quien nunca supuse nada acerca de su vida privada, pero al que leí con gran pasión y verdadera devoción porque ninguna novela suya me ha defraudado, es un gran mago ensoñador y evocador, que construye sus personajes al milímetro y que son tan humanos, llenos de sangre y rabia que somos los lectores revelándonos al unísono.
Amo la Barcelona de Marsé. Es de casta obrera y penosa, de verbo perfecto en la jerga y en el habla, porque Juan es sencillo, narrador impoluto, estoy segura que un gran perfeccionista dado a mil correcciones, ya que en su juventud, al igual que yo,( y ésto siempre me emociona ) fue joyero por las mañanas, a la tardes escribía, con la misma vida y nervio con la que yo leí sus libros. Y aprovechando ser el aprendiz, el chico de los encargos, acercó su novela a una editorial, que cayó en manos de Carlos Barral y vió lo que hoy todos vemos, el encanto de buscar cierta belleza en lo acontecido, pero sobre todo el encanto de esa memoria a medias imaginada...
Y así despegó Juan Marsé, hijo de un taxista andaluz en Barcelona allá a principios de los años 30, que al no poder hacerse cargo de su hijo, ya que la madre había fallecido, prácticamente regaló a su vástago, Juan Marsé, a una señora de allí, que por casualidad montó en áquel taxi y narró sus dificultades para fecundar hijos. El taxista resolvió darle lo que ella no podía concebir y Juan Marsé se quedó con aquella señora para siempre. Es una historia, vieja y bárbara como lo era España entonces.
Y Juan siempre lo reflejó, a través de su narrativa sencilla y obrera, que encandiló a Carlos Barral. Gracias a éso topó con Jaime (grandes amigos hasta la muerte de éste), con Jose Agustín y Carmen Ballcés, su agente literaria y gran agitadora, pilar básico de aquel grupo de Barcelona de los 50 que a mí siempre me ha atraído tanto. Sin proponérselo, desde su posición y con la verdad que él conocía, la de los barrios más desamparados de aquella Barcelona, era admirado por los hijos de la misma rancia y clásica burguesía que coqueteaba con el izquierdismo, y se dejaba seducir por todo lo que implicase la palabra pueblo.
El no es un escritor al uso, no habla de literatura ni le gusta ser públicos, puede ser mi padre, cariñoso y callado. Pero Juan desde la sencillez, no solamente ha llegado a premios por los que otros matarían.
Es alguien para mí, querido y respetado, un gran compañero nocturno bajo,las sábanas y con linterna, alguien que como yo veía las cosas bonitas desde lejos y las deseaba, y la injusticia no lo conformaba.
Muchas gracias Juan, tus novelas me han hecho sentirme más digna y mejor persona. Cuando veo las portadas de esas novelas, siempre tu nombre me suena dentro.




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