Quién manda a quien meterse con los metales, encerrarse en una habitación, el gusto por la soledad y la melancolía.
Quien me modela con sus manos, he sido yo, habéis sido vosotros, no depende de mis padres.
Esta mañana se veían las nubes ennegrecer por encima de la montaña. Luego vino un viento frío y la kalima del mar rodó ladera abajo al interior. Entonces habría galerna en la playa, siempre ocurre así.
Todo el día encerrada maleando el metal, pensándome esclava, porque me he privado del exceso que es sencillo y natural de mi persona.
Quién soy yo si estoy quieta.
Puro nervio retenido.
Cómo soporto las horas de joyeria.
Los ojos, la cabeza y las manos nunca miran hacia atrás, estatua de sal. El estatismo no existe, hay un mundo mío que no se sabe, por mucho que yo hablo, que no callo, computad éstos densos tiempos de taller donde me musito cosas y a veces nada, el martillo contra el metal, corte de sierra, taladro agujero.
Y ya es de noche.
Entonces escribo, para explicarme, para liberarme, para huir del silencio.
El silencio.
El silencio me gusta en la habitación de un hospital, en mi casa, en ambiente de reposo. El silencio también me gusta cuando paseo con mi padre y no tenemos que decirnos nada. Aprecio el silencio cuando decides callarte por fín, porque también habláis vosotros, o al menos yo escucho muchas cosas.
Pero es posible que sea mi imaginación y mi cabeza tóxica de ruido.
Y que sea cierto que jamás calle y hable a los alicates y limatones y hasta ellos me contestan sobre la cuña de palo santo, haciendo coreografías simpáticas hasta donde su forma determinada lo permite.
Y también la loca soy yo.
No necesito terapeutas, los hay gratis en los bares y en otros sitios sociales. Si no tienes la suerte de que te aparezca un ex en la puerta sin avisar, y te haga también ese servicio en tu propia casa.
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